25 mar 2019

Altar


Lo “llamaba el altar del traductor. Primero una pequeña muralla de libros, delimitando el campo donde debía tener lugar la transformación de unas palabras en otras, luego la pluma de tinta azul que iba a trazarlas y la pluma de tinta roja para las correcciones, a continuación mi amuleto, un trozo de ánfora que había encontrado en una playa griega, y por fin el diccionario, el libro y el cuaderno nuevo, los verdaderos protagonistas de la alq1uimia”
Bernardo Atxaga en Un traductor en París

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